¿Has rescatado a algún perro en la calle? Yo apenas llevo dos en 46 años de vida... y quiero hacerlo más veces.
Pixie fue la primera. La vi caminando en una avenida y no pude ignorarla. Perra casi enana, caminaba completamente en su mundo, y estaba casi llegando a una avenida principal.
Me dije ¡La van a atropellar! Hiba con mamá y uno de mis sobrinos. Yo estaba desempleada, y deprimida por un duelo inconcluso del que considero el proyecto más divertido e importante que hasta ahora he hecho. Tenía unos años que lo había perdido, pero seguía en negación, o en ira, no sé bien en qué, pero estaba realmente mal emocionalmente.
Y como es de esperarse, a todo mundo le decía ESTOY BIEN. Pero, no. No lo estaba.
Veníamos ese día de recoger de la escuela al sobrino, y rumbo a recoger al otro. Era parte de sentirme útil en mi casa. Chofer, nana, en fin, el chiste era hacer algo.
Tenía uno que otro proyecto de Diseño, pero no eran suficientes como para llenar el vacío, y mucho menos para sentirte bien contigo misma. Sí, yo soy muy dura conmigo misma. Nadie, absolutamente nadie puede hacerme sentir más mal de lo que mi ego y yo nos podemos decir.
Dicen que cuando amas mucho, es porque puedes odiar mucho, así que en ese momento sí, me odiaba muchísimo.
Y entonces Pixie, toda mugrosa, pero hermosa. Me dejó estacionar el carro, decirle a mi mamá que me esperaran y de pronto yo ya tenía a un ser angelical en mis brazos.
Obviamente preguntamos por algunos lugares si la conocían. Venía llena de pulgas, y olía a coladera.
Afortunadamente esa noche le conseguí adoptante, pero a los dos días, mi novio en ese entonces quiso quedársela. En menos de un año nos casamos y se quedó con nosotros hasta hace unos días.
No sé porque duele tanto extrañar a esa bola de pelos...
Ahora es una bolita de Luz, que seguramente todo ser en el cielo juega con ella.
Me gusta creer que mi Mamá la recibió inmediatamente, como cuando la dejé en sus brazos mientras yo manejaba rumbo a una vida feliz, aveces difícil, pero muy feliz cada que la tenía a mi lado.
Y es que Pixie enamoraba. Hizo feliz a cada persona que conoció porque mínimo les sacaba una sonrisa. Era muy linda y tierna físicamente: una chihuahua pelo largo anaranjada... como el zorrito del Principito. Yo ni sabía de la existencia de esa raza...
No hubo quien no quisiera darle de comer, acariciarla, cargarla y hasta platicar con ella. Sí, ella platicaba con la gente que ya consideraba conocida y de confiar. Me gusta creer que nos acusaba de no darle suficiente comida, porque lo hacía con una lástima...
Fue consentida. En todo. Hasta la playa conoció. Y no le gustó. Una ola la revolcó y de ahí no quiso saber más del mar ni la arena.
Pero el pasto, uy no, era su amor. Y ni que decir de la comida. Gracias a la comida supe que era el momento de llevarla a dormir. Justo en el momento que ya no quiso comer.
Y así, fuimos a acompañar a Pixie en su último viaje en carro. La madrugada del 17 de febrero Pixie dejó su pequeño cuerpo para regresar a ser lo que siempre fue: PURA LUZ.
Dios, de verdad duele mucho. Tenía un soplo en el corazón que en menos de un mes la dejó sin poder respirar.
Hasta el cielo estaba triste, esa mañana y hasta la tarde no paro de llover. Sin prisa... como ella el día que la vi por primera vez.
Pero estoy dispuesta a volver a amar así a más animalitos. Lo valen. Nadie te mira como ellos, y nadie te muestra su amor tan honestamente como ellos.
Como dice el Poso, mi marido y papá eterno de Pixie: Nos enseñó a ser felices a pesar de todo por 10 años.
Gracias, Pixie. Salvaste mi alma. Sanaste una parte muy rota de mi. Gracias por elegirnos para cuidarte.
Fue un honor. Te extraño. Sueña lindo, corazón.