mayo 15, 2011

Un maestro puede cambiar la vida de una persona... para bien y para mal

Me da nostalgia y algo de tristeza voltear a los lugares donde he tomado clases... afortunadamente no me da ni melancolía, ni coraje y mucho menos amargura porque he tenido muchos excelentes profesores y maestros, pero definitivo, los que más marcaron mi vida dándome lecciones de mi misma, fueron los de mi niñez.

Debo decir que no todos han sido buenos; de hecho a muchos no les aprendí más que a reírme de ellos... por su ineptitud, por su falta de entusiasmo o de plano por su look; pero de otros, definitivo, puedo decir que cambiaron mi vida... para bien y para mal.

En el kinder tuve una miss que me enseñó acerca del valor del dinero y los regalos; mi mamá daba clases en una secundaría y sabía perfectamente que les tenemos que agaradecer mucho a los maestros. Me mandó a la escuela con unas medias de nylon, envueltas para regalo... y la miss, además de darme un enorme abrazo frente a toda la clase, escribió una nota de agradecimiento con la que mi mamá soltó algunas lágrimas.

En la preprimaria una maestra muy insensible me hizo quedar en ridículo... y me hizo pensar que mi mamá no me quería; me dijo que no era posible que una madre fuera tan descuidada... no usó gritos... ni golpes... pero lesionó muchísimo mi alma... y mi autoestima.

En los primeros años de primaria, una miss me hizo ver lo más horrible de mi... no me creía que yo hacía los dibujos de las tareas... no los ponía en exposición como los de otros niños... no me dejó sentar al frente por platicadora... y me alejó completamente de lo que ella consideraba "ser buen alumno". Mi mamá cuando se enteró, fue directamente a demostrarle que yo hacía mis tareas... no cambió mucho su actitud conmigo, pero al menos le fui indiferente. Gracias a esa maestra comencé a andar con bajo perfil... a creer que no era especial... a creer que no valían mis esfuerzos, ni mis gustos... ni mi personalidad.

Pasaron tantas situaciones en esos años... en mi casa, en la escuela, con mis vecinos... pero por ahí de cuarto de primaria... mi vida volvió a tomar su sentido original. Un día caminando con mi mamá, entramos a una presentación de la Casa de Cultura más cercana. Había un auditorio... y había niñas bailando hawaiiano. Le dije que quería hacer eso... se veía tan atractivo, divertido... nuevo.

A las pocas semanas de clases la maestra notó algo en mi... me ponía al frente, me prestaba sus mechudos y más instrumentos de baile, me hizo aprender varios bailes... y un duo. Me enseñó lo mejor de mi... sólo que yo no lo quise ver.

En una de tantas presentaciones un grupo de ballet se presentó con el mío... y ocurrió algo similiar al año pasado... hice lo que pude para que me inscribieran.

La maestra de ballet era tan hermosa... jamas pensé que alguien me viera como su consentida o su favorita... jamas había pasado por mi cabeza. Mi mamá siempre decía, y lo hará hasta que muera, que ella no tiene favoritos entres sus hijos porque los tres somos especiales y diferentes... pero mi miss de ballet o la de hawaiiano, nunca me lo dijeron... me lo demostraron.

La de ballet me llevó a mi casa algunas veces... hasta me invitó un refresco y unas papas; era algo casi prohibido para las demás alumnas después de clase... pero como me pasaba muchas horas con ella, a mi me dio mucho más que clases... me dio su amistad. Ella me platicaba de su novio, la de hawaiiano me platicaba tanto de su familia... las vi varias veces demostrando lo que decían que ambas me dieron tantas bases... y ambas me pusieron cada reto, como salir con traje de can-can o enseñar mi ombligo, que se me olvidó por completo lo que es sentir pena en público... sigo teniendo nervios y siento la adrenalina cuando bailo o me emociona algo, más no creo en volver a tener la pasión por en eseñar mi cuerpo a desconocidos; siento, pienso, soy especial... existo.

Las dos misses me dieron tanta seguridad con su amor y empatía... creían en mi... me apoyaban y me decían mis errores... me dieron varias nalgadas, de esas que no duelen... de las que te rescatan, principalmente para que andubiera derechita... pero sus impulsos, experiencias, abrazos y hasta besos me enseñaron a quitarme miedos... y de los más dolorosos, dejar de verlas.

De ninguna me despedí... pero a ambas las abracé con toda mi alma hasta el último día que conviví con ellas. Y sólo a una le pude decir lo que sentía por ella... mi mamá y mi tía de plano tuvieron que cargarme para que la soltara... lloré mucho... nunca había sentido lo que era una despedida obligada... creo que es el dolor más grande cuando amas a alguien con toda tu alma. Hubo una ocasión en que tanta comparación con otras adolescentes me hizo preguntarme sino sería gay... pero no, el amor profundo simplemente no conoce de sexo, parentesco o edad.

Creo que les agradeceré infinitamente... me dieron lo que más necesitaba en ese momento y lo que más he utilizado desde aquel entonces. Nunca he vuelto a ser la primera o la mejor en algo desde aquellas clases de baile... más que la única hija fémina y tal vez la mejor amiga de alguien en distintas etapas, pero definitivo, no me interesa competir. Me interesa ser lo mejor que puedo ser, aunque no siempre lo demuestro... y me gusta disfrutar lo más que pueda... de lo viejo o de lo nuevo, de donde venga... pero que esté hecho con toda el alma.

Ese mismo año, en quinto de primaria, un maestro que esporádicamente hablaba con groserías me hizo aprenderme una poesía que me daba flojera... pero a unos meses me aprendí varias por gusto y le aprendí a enojarme con razón; el año en que acabé de ser niña para mudarme a la pubertad, como faltaba un hombre para completar la presentación para el festival del día de las madres, me agarraron a mi... porque me ofrecí. Hice el papel más pequeño, pero creo que en la historia de la escuela fui la primer niña que recitó en El Brindis del Bohemio. Mis padres me enseñaron ese poema mediante un disco del declamador Manuel Bernal. Ambos me enseñaron a sentir y a pensar... pero todos mis maestros de la infancia me enseñaron a actuar. A estudiar y comprender, aprendí a solas... a vivir, incluyendo enojarme con razón, sigo aprendiendo... e improvisando.

Desde esa ocasión aprendí que no hay imposibles... tú puedes ser lo que tú quieras. Mi mamá me lo ha dicho tantas veces... sólo que no le creía y creo que no es casualidad que el Día de la Madre se festeje a cinco días del Día del Mestro...

En ese mismo ciclo escolar, la miss de inglés organizó en su casa una fiesta de despedida a mi generación... desde primero a sexto nos acompañó una hora diaria; la vi en una reunión años después; era tan guapa, tan amable y tan buena onda que alguna vez cantamos Yellow Submarine en un festival, y la canté con toda mi alma... mi papá ama a los Beatles. Nos llevaba dulces el día del niño y premiaba con un paseo al parque de diversiones a los mejores de la clase cada mes... ella si era justa a la hora de calificar. Claro que tenía sus favoritos... pero a todos nos trató con dignidad, con cariño y con muchas ganas de que fuéramos felices. A mi me motivó a divertirme... y en aquella fiesta, vaya que me divertí bailando.

Creo que no debemos culpar a ningún maestro al ser excluyente por identificación, no son nuestros padres y menos nuestras niñeras; a todos en algún momento de nuestras vidas nos toca ser el consentido o la preferida... pero sí debemos entender y solucionar tantas faltas de responsabilidad en los sistemas educativos que son excluyentes, nos hacen competir más que motivarnos y lo peor, denigran la individualidad; no debemos permitir que a ningún alumno se le trate indignamente... e igualmente, ningún maestro nos debe ser indiferente, principalmente en salarios justos, mucho menos los que han abusado de su posición.

Como en aquella película de Al Maestro Con Cariño, todos tenemos mínimo a uno que respetamos por amor... pero mínimo por educación, cada maestro debería dar confianza y respeto recíprocamente. Por cultura un maestro tiene el derecho de enseñar lo mejor que pueda y con derecho de cátedra, pero mínimo los que se dedican a la educación básica, tienen la obligación de mejorar y actualizarse... aunque no lo crean, nos enseñan con su propio ejemplo de vida... me consta. Hay muchos que dan clases sin pasión... indiferentes a la educación y sin objetividad con el alumnado. Ya no digo de los que fueron crueles... atrapados en sus propios grilletes económicos, emocionales y de extrema incongruencia.

Después de la primaria he conocido a muchos más que influyeron en mi vida, en mis decisiones, en mis gustos, pero que me hayan cambiado... sólo los de mi infancia. Hasta a los peores que he tenido les agradezco... al más cerrado o a la más exhigente, a la más ridícula o al más guapo, al más sabio, la más inteligente, los más comprensivos... y hasta a los más patéticos, a todos les agradezco... todos me han dejado muchísimo de Educación y Cultura. Nunca he tomado una clase de lógica... pero es obvio que las escuelas se convierten en nuestra segunda casa.

Dicen que educar a una madre es educar a una familia... y creo que un docente educado puede educar a una madre o a un padre... recíprocamente. Actualmente estoy convencida... cada familia es única, lo que menos importa es el género de sus integrantes y por supuesto, es primordial cultivarse y educarse... con amor, pasión y diversión.

No me atrevo a platicar de todos mis maestros después de la primaria... y no por pena... por mero pudor; a algunos los hice sufrir, a otros les hice sentir orgullo, a algunos los hice reir, a dos que tres les saqué chapas y otros más creo que me odiaron, pero a ninguno le volví a ser indeferente y ni uno más me hizo dudar que soy única; definitivo, un maestro, un profesor y hasta un tutor escolar puede cambiar la vida de una persona... para bien y para mal. Pero sólo uno mismo puede decidir en quien y en lo que cree... y puede sentir, para luego pensar... y actuar con seguridad.

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