marzo 16, 2011

Las Fufurufas haciendo Fufurufu

Y la memoria atacó de nuevo... que chido es voltear al pasado, recordar momentos únicos y mágicos, y más chido, que aprendiste algo.

Hace años me puse de acuerdo con Jimena, quien fuera mi más cercana amiga y con otras amigas del bachillerato para salir a un antro. Jimena y yo éramos menores de edad, y por más que nos maquillamos, nos arreglamos y literal, nos pusimos nuestras mejores garras, bien fufurufas, nomás no nos dejaron pasar.

Había mentido en mi casa, igual que Jimena en la suya, diciendo que iríamos a una fiesta como lo hicimos muchísimas veces más. Jimena nunca había pisado un antro de Av. Insurgentes en la Ciudad de México y mis otras amigas habían conseguido unas "cortesías". Una de ellas, Aída, pasó con su mamá por nosotras y nos devolvería después. Así que ni tardas ni perezosas ya se imaginaran, la tarde de un viernes para llegar a la noche puede ser muy larga para un par de adolescentes... pero la noche, lo es muchísimo más.

Total que llegando a la cadena del antro, el típico club para ir a tomar, bailar y hasta ligar, después de hacer una fila de una hora, nos detuvieron. Aída tampoco había salido a un antro y varias de las amistades ya estaban dentro. Jimena y yo decidimos que por nosotras no se iba a detener y perderse la experiencia. Quedamos de acuerdo en una hora para vernos y Jimena, muy decepcionada de la noche, comenzó a bajonearse. Vaya que yo estaba molesta por esperar tanto para que a la mera hora te digan que no puedes entrar.

De repente una luz iluminó la siguiente esquina y nuestras ideas. Un Restaurant Bar estaba abierto y como no había muchas opciones, fuimos directamente a su entrada. Entre las ideas que recuerdo, propuse entrar como si tuviéramos muchísimo dinero; nuestro look al menos no nos defraudaría y tal vez aseguraría que nuestra fantasía cambiara la noche.

Ambas caminamos como en pasarela y hablábamos como típica "fresa" de escuela privada clasemediera; según nosotras nos había dado flojerísima entrar al antro e intercambiamos diálogos que habíamos escuchado en la fila de la cadena, de manera tan exhagerada que nos costaba mucho aguantarnos la risa... nos encantaba jugar a imitar estereotipos.

Nos asignaron mesa y entradas en el papel de "It girls", hasta hicimos que el mesero nos acercara la silla. Pedimos café y pastel; claro que preguntamos su cantidad de calorías y coqueteábamos con él... lo teníamos fascinado o mínimo sacado de onda porque ambas estábamos tan dramáticas que siempre tendré la duda de si le caímos bien o nos terminó odiando.

Ya sentadas, y como yo tenía un leve resfriado, comencé a estornudar. Jimena me recordó que mi papá estornudaba muy fuerte así que lo comencé a imitar. De "Petit Ladies" pasamos a ser La Guayaba y La Tostada o algo similar...

Las servilletas eran de tela... seguro quedó asqueroza porque limpié el contenido de mi nariz en ella.

Todavía dejaban fumar en los establecimientos; creo que hicimos pequeñas chimeneas y aros de humo. Y recuerdo que casi quemo el mantel.

Como no estaba acostumbrada a usar tacones me los quité... y Jimena también. Comenzamos a fingir eructos y subimos los pies en las sillas, luego en la mesa, y hasta obligamos con nuestra irreverencia a que la pareja de a lado pidiera la cuenta.

Como que hicimos una pequeña guerra de chantilli... y no se diga que no inventamos un nuevo estilo de café contra diabéticos vaciando media azucarera en la taza.

También masticamos con la boca abierta, nos enseñamos los bocados masticados e hicimos Fufurufu... el Fufurufu es una de las asquerocidades más divertidas que he hecho en mi vida. Sólo hay que meter una buena cantidad de alimento, entre más seco como un polvorón mejor, y ya que le has dado sus masticadas... dices FUFURURU.

Soltábamos unas carcajadas tan estruendosas que algunos comenzales también se contagiaron. Otros pasaban al lado de nuestra mesa con unas caras... como diciendo "A estas locas de que manicomio las sacaron". Otros como pensando "Que asco de señoritas ¿Qué dirían los Limantour?". Pero los meseros... realmente no puedo recordar si les dio gusto atendernos... creo que les hicimos una noche tortuosa.

Sólo estuvimos ahí tres horas... las más divertidas y largas horas que hasta ese día había experimentado, porque además, cuando pedimos la cuenta, volvimos al papel de "niñas bien" y nos levantamos con los zapatos en la mano.

Salimos de ahí más felices que nunca... y llegamos a tiempo para que la mamá de Aída no se diera cuenta que nos separamos. Ella también había tenido su propia noche increíble... y nosotras aprendimos que hasta para ser irreverentes se necesita style... y límites.

A mis padres les mentí tantas veces... y con Jimena viví tantas experiencias... ambas seguimos siendo un par de irreverentes, sarcásticas y soñadoras, pero creo que ahora lo hacemos con mucho más style. Aveces creo que la mejor manera de ponerte límites es experimentando... y otras, creo que es mejor que te los pongan antes de que hagas o te hagan una estupidez. Pero me consta que con límites, por lo menos encuentras alternativas y también, no jodes ni te joden.

Los adolescentes son tan arriesgados... irreverentes, audaces, creativos... y aveces hacen cada estupidez... aveces sigo siendo una adolescente.

No he vuelto a repetir esos comportamientos; el de esperar por entrar a un antro mientras les haces bulto publicitario es denigrante así que paso en 10 minutos o mejor me voy. El de hacerme "la nice" o el de portarme como "Jackass" jamás los volveré a repetir por una sencilla razón... los meseros no tienen la culpa de que uno se desestrece, ellos están trabajando... y hay gente que se ofende porque eres libre y diferente.

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