julio 29, 2010

Miradas silentes de un triste día para dar más

Un día triste para la percepción... suelo hablar hasta con las piedras de mis anhelos, corajes y cuestionamientos, pero hoy hablé con el alma de terceros, a través de miradas apagadas y labios mudos sin emitir sonidos mundanos.

Comenzó con pasos titubiantes a las seis de la mañana para llegar a casa, que ante la mirada de soledad en un indigente, adulto mayor, me llamaron. Ofrecí lo que no tenía mientras de él salían murmullos inexplicablemente desgarradores, apuntando con un gesto a su bolsillo... No tenía monedas, le ofrecí un cigarro, lo tomó con la mano áspera de cicatrices y llagas negras, mostrando uñas largas llenas de tierra y siniestro olor a melancolía, pero su mirada sólo me decía que quería platicar. Me pedía con señas sentarme a su lado y no fué fácil decirle que me tenía que retirar. Estreché su mano para pedrile perdón, con miedo a la incertidumbre de sus acciones, pero me quedé con la sensación de remordimiento previamente aniquilado... yo quería darle más.

La idea de la soledad que me formó aquel hombre, me recordó que tengo una familiar en el hospital, tal vez de la misma edad, a la que no he podido visitar por falta de sincronización en tiempo y memoria, pero con la intuición de que hoy la tenía que ver a los ojos, a como diera lugar.

Mi madre y yo somos más que familiares, amigas; le platiqué del indigente y después regresamos a ofrecerle algo de alimento, que también tomó una silente estridencia entre las garras de apariencia y sus manos endurecidas de vida, pero su mirada pedía más... insistía en querer platicar; sólo pude acariciar su hombro... pero yo deseaba abrazarlo. Sé lo que es anhelar un abrazo en tiempos de soledad y miseria... no pedía, ni daba, aveces quitaba de tajo o arrancaba con envidia, pero esperaba recibir algo... muda del alma y verborreíca mental... no se lo deseo a nadie. Dimos una última vuelta a aquel hombre, a quien no quiero juzgarle, ni suponer motivos: dejó entre tierra húmeda la mitad de la comida.

Casi entro en cólera cuando ví la comida desperdiciada... mi madre me recordó lo que llevo en diversos regalos: "uno cumple con dar, lo que hagan con ello no te corresponde..."

Así que atendimos nuestras llamadas del alma y salimos de visita a la mirada que suele cargar miedo a la muerte; ella es madrastra de mi madre, para mí es mi abuela. Es gracioso que realmente tengo cinco abuelas, y entre todas, es la que más me ha dado honores de llamarle "abuelita", por aquello del chocolate. He tenído abuelos prestados a través de conocidos y amigos. Los abuelos me han enseñado que ni dar y ni cumplir es amar; amar es entregar sin arrepentimientos, tanto para no esperar algo a cambio, como para darte arrependimientos de lo que pudiste dar o deseas dar... Sólo hay que aprender a entender lo que te tocaba vivir, después de haberlo vivido, porque a tu manera te entregas al momento sin entregar lo que eres a menos que estés seguro de lo que entregas. Para amarte, encuentras tu propia manera de darte y de cumplirte con diversos acuerdos, pero es más inteligente aprender a recibir, porque esa manera de amarte permanecerá en un recuerdo a través de lo que hagas ¿bueno o malo? Eso es de cada quien y no me corresponde. Sé que lo correcto para mí es entregarme hasta donde puedo, debo o quiero sin que me pese; si me pesa, no seré yo quien se entrega, será un prejuicio. Cuando he dejado de entregarme, han venido incorrecciones... pero todo se corrige cuando entiendes que no sabías lo que entregabas en ese momento, admitiendo y aceptando que no eres perfecto para otros y mejor buscas la excelencia de tú entrega, a manera silente, recibiendo todo lo que tal vez no te quieren dar, pero que cumplen con la función de un consejo: enseñarte a valorar.

Cuesta mucho valorar a quien tienes a tu lado si no tienes idea de lo que es anhelar en soledad silente. No me tocó vivir que te críe una "abuelita", ninguna me dijo consejos para evitar sufrimientos, ni sé lo que son muestras de amor alcahuete, característico de abuelos... Sólo sé que en una familia, quieren darte lo mejor, a su manera. Sé lo que es sentir a los abuelos, aunque sea mirando de lejos. Mis padres son de los mejores abuelos que conozco. He sido afortunada con las familias, propias y adoptivas, aveces no creo ser tan buena para merecerlos. En especial los abuelos me han dado ejemplos de vida, todos me dieron un abrazo eterno en su momento, todos me han sonreído a sus experiencias y todos me han regalado alguna frase indirectamente. Agradezco no crecer entre ellos de niña, conociéndome seguro hubiera sido malcriada, caprichosa e insolente con los adultos mayores... Si, agradezco todo lo vivo, sólo no cargo arrepentimientos. Hay una a la que extraño demasiado y convivimos poco tiempo, me dió un... -de hecho es la única que a consciencia me dió consejos para que les cumpliera cuando apenas me conocía- me enseñó un hecho para los que nos encontramos distantes: Se tomaba la molestia de llamarme por teléfono para preguntar "¿Todo está bien?". No sé que vería en mi, pero siento que sabía como puedo ser. Los abuelos son tan sabios... sólo hay que escucharlos, todos tienen mucho que les puedes aprender.

Pasamos entre camilleros, habitaciones, aparatos médicos y miradas de tristeza. Creo que Dios se reúne con nosotros en los hospitales más que en iglesias o cementerios... ahí le llamamos con nuestras miradas de compasión a otros, sacrificando una tristeza honesta por una mirada que busca con ánimo la valentía para no quebrarse, ofreciendo lo que tengas de sonrisa a cambio de una sonrisa ajena, además que se suman súplicas y arrepentimientos que no te corresponden. También creo que un familiar enfermo o uno fallecido sin "querer queriendo" entregan la oportunidad de reúnir a una familia, tal vez distante, pero está en cada integrante valorar el momento a su manera, y tal vez, ese momento le permita entregar oportunidades para que la familia siga unida.

Hace pocos años otra de mis abuelitas partió; le tuve años de incomprensión y rencor infantl porque sus regalos consistían en "juegos de blancos", muy lejanos a un juguete o a un beso, pero cuando llegó el momento de acordar quienes éramos, me platicó que en su vida miserable y citadina no conocía de la intimidad ó regocijo que dá una cama, hasta que durmió a solas entre la sensación de disfrutarse tendida a un juego de sábanas nuevas. Acordé conmigo tratarla de otra manera e imagino que ella acordó consigo platicar más de su pasado; después vinieron muchas historias, entre ellas que no sabía bailar por rencor a su madre y que no daba besos porque a ella tampoco la besaban. Tampoco le gustaba la gente morena como mi mamá, uno de mis hermanos y yo porque arrastraba los prejuicios de la miseria cultural en que vivió. Después que entendí su demencia senil, tanto con la que crecí, como la que padeció tres años en agonía interior de la razón, cada que podía la valoraba. También fué diabética, tenía dulces y chocolates escondidos que no compartía con nadie, pero una vez me regaló una caja con chocolates. Murió tranquila una noche, entre sábanas limpias y con los ojos cerrados a unos días del día de la madre, el último día que le entregué un abrazo, sin un sólo renmordimiento. Nos entregó una comida semanal sin falta, chistes locales, además de una ternura especial hacia las sábanas.

Llegamos frente a la cama que acobijara entre tubos y respetables blancos a la mujer que un día me estrechó al chocolate. Ella es de orígen humilde, disfruta bordar punto de cruz y hacer mole a la antigua. De un lugar llamado Acatlán, en Puebla, trajo al distrito entre piedras y fé, maiz, chile, frijoles y el secreto del cacao, regalos para mi riqueza cultural, entre ellos el sabor a cocoa caliente recién batido con molinillo entre muchos recuerdos con sabor a pueblo mestizo, y para mi alma, la sensación de tener una abuelita que te regala tesoros invaluables cocinados a fuego lento, trenzados en su larga caballera y bordando la esencia del cacao molido en cama de metate: te amaron honestamente, no por la sangre ni las apariencias, ni por mirar quien puedes ser ó aceptar quien eres, sólo querían transmitirte lo que conocen de felicidad a su manera, así sea sólo cocoa o una charla, te dan lo que aman y valoran del dolor... está en tí si además de amar así, aceptas quien eres mirando de lejos o de cerca a quienes amas, con un vistazo de lo que pueden ser. Tal vez ella nunca supo que el cacao produce endorfina, la hormona de la felicidad, sensación que produce mucha voluntad para crecer, pues estimula a las neuronas... el secreto indígena más exaltante, pasó a manos de los monjes que crearon el mole entre intuición y fortuna, sabor invaluable para la humanidad, tanto la colonización como el cacao, que realmente lo he llevado a mi paladar, gracias a ella. No siempre valoré nuestro mestisaje, ni tampoco valoré su orígen. Fuí una adolescente llena de ideas superficiales repugnantes, que adoraba lo extranjero porque se tragó el cuento de que somos inferiores, además de sentirme superior a todo lo que consideraba pobreza o nacadas... más verborrea mental y emocional... auto-represión cultural... Tampoco le deseo eso a nadie. La cultura mediocre entierra a otras culturas sabias, porque tiene miedo de afrontar y crear su propia cultura, creando los principales candados para evolucionar de sus propios prejuicios a una libre expresión respetuosa.

A ella le platiqué de otras cosas que en este momento no recuerdo, sólo me traje del hospital unos momentos... tomé su mano, la besé en la mejilla, también en la mano porque sé que en su cultura es de las muestras más grandes para presentar respeto y honor. A través de un tubo que consigue agua de sus pulmones quedó su boca muda, pero su mirada me pedía más palabras.

Llegó un séquito de blanco para revisión, salimos al pasillo y mientras se escuchaban palabras de aliento, mi madre y yo vimos como una sábana cubría al cuerpo del que fuese familiar de otra persona. Esa sensación de que todo dolor terminó y que comienza otro tipo de dolor para abrirte a más vida, llegó a mi mirada cuando uno de los aparentes parientes, tranquilo, retiraba de la cabecera un rosario. Después lo encontre de frente esperando el elevador, sólo pude darle un pésame interior a su mirada acuosa, no me atreví a más...

Al entrar de nuevo al cuarto, saqué el abrazo que había negado al hombre de cabellos canos, abrigo roto y párpados plegados de la mañana. Recargué mi cabeza en su cuerpo estendido, ella silente, yo sollozando, apretándonos la mano, le dí gracias por ser la mejor de todas mis abuelitas... también dije Te Amo. No quiero recordar más palabras que salieron de mi boca, me quedo con la sensación a chocolate. Sé que le dí más que una sonrisa entre recuerdos y lágrimas a través de la mirada. Entre movimientos, gestos y la honestidad de sus párpados, me recordó lo chillona que he sido desde niña y le recordé lo valiente que ella ha podido ser. Y de mirada a mirada, nos dijimos una a la otra que no hay que tener miedo, ni a la muerte, ni a la soledad, ni al dolor físico o emocional: hay que encontrar nuestra propia paz para llevarle un poco a alguien más. Mi madre hizo lo mismo a su manera, ella la recuerda con harina y azúcar. Recuerdo a mi madre con tantas cosas... seguro ella me evoca con café o tabaco. Me gusta imaginar que me evocan con mi sonrisa o con un chocolate, así quiero que me recuerden cuando me muera.

No quiero recordar de este día que en pocos minutos terminará algo menos que chocolate, aunque extraño contar estos relatos de viva voz a alguien especial que quiera escuchar. Sacar de mis labios un sonido gutural semejante al de aquellas miradas no es nuevo para mi, pero hoy tengo palabras llenas de impotencia mezclada con satisfacción, de la que siente no poder dar un poco más a la gente que amas aunque no se encuentren como tu deseas... tal vez están sufriendo, eso se percibe, pero no sabes realmente lo que están pensando... así aprendes a sentirlos y dar tu sentir sin pedir ni esperar nada de una acción, tu lo haces y punto.

Hay alguien silente al que extraño entregarle todo... el buscar respuestas tiene resultados tan dolorosos, que es mejos esperarlas con un trago de incertidumbre... como haber guardado mi abrazo; entre el flash de un parpadeo sabes que no debes hacerlo aunque lo sientas. En cámara lenta ves que realmente no sentiste, lo pensaste, primero pensando que quieres darlo porque sabes lo que se siente necesitarlo, pero sientes que no es el momento, aveces piensas las consecuencias del por qué debes ó puedes hacerlo, pero decides tajantemente como hacerlo, más que por miedo al dolor, aseguras tu esencia. Si la pierdes o se confunde con tus ideas, no encontrarás tu felicidad y te llenarás de arrepentimientos. Es preferible empatizar el dolor ajeno con lo propio de la imaginación a que los compares con tu experiencia, porque un día terminará con la llegada de varias respuestas, pero muy pocos entenderán tus ideas por más honestas que sean, así que esas compártelas con quien realmente las quiera recibir y dedícate a entregar lo que sólo las almas entienden: entregarte es más que esperar, es ser, es estar, es permanecer...

A la gente que tengo cerca procuro entregarle todo lo que puedo y a la que le debo estar a mi lado le regalo muchos abrazos, dependiendo muchos besos, en ocasiones especiales algo con chocolate, pero mi mejor entrega es tomar una mano, un brazo, una mirada con la fuerza que trae el alma para asegurar un momento enterno en la mente; los que se han ido de este mundo saben que es cierto, los que han compartido mi mundo, incluyendo a quienes me han hecho sentir especial y consentida, tal vez me lleven en su recuerdo, tal vez no saben que aunque hablo demasiado, amo tener largos ratos de silencio interior mental, para que hable mi alma cuando nos acompañemos. Amo sentir las miradas que se despiden y reencuentran a través de una fotografía mental, más con sinceridad que de aparente melancolía... me despido esperando lo mejor como resultado de un aparente dolor, y vaya que el dolor es profundo, pero también trae lecciones y también lo disfrutas como al chocolate en días de depresión ó a unas sábanas nuevas en noches de pobreza emocional.

Si llegara a ser abuela (sé que lo seré por adopción) le diría a mis nietos cuando los viera desperdiciando un chocolate: El dolor se exprime como al cacao de antes, en una cama de metate. Disfruta lo que tienes ahorita, aunque sea un chocolate. Si me preguntaran ¿por qué lo dices o a que te refieres? les contaría todo lo que sé del cacao y sus propiedades, incluyendo el de mi abuela Ángela y la cama de mi abuela Tere. Si me llegaran a preguntar ¿cuándo termina el dolor? les diría que el dolor termina como lo hace el grano de cacao, confiando en que va a parar en alguna manera de chocolate, pero no todos lo van a saborear como tú, así que respeta tu dolor y evita causar dolor ajeno, no te me vayas a quedar más de un día en la cama e intenta disfrutarlo para que cada vez le tengas menos miedo y más respeto. Si llegara a enterarme que alguno tiene dolor pero no quiere decirlo, cambiaría sus sábanas y dejaría una caja de pañuelos deshechables, para que disfrute lo que es dormir tranquilo después de llorar íntimamente. Al día siguiente le despertaría con una taza de chocolate caliente, lo llevaría a comprar un helado de chocalate, o le compartiría de mis chocolates secretos. Le diría que todos pasamos por el dolor, sólo hay que aprender a entenderle. Si no me preguntara o platicara nada, sólo le recordaria lo mucho que lo amo con un abrazo y un beso, además de decirle Te Amo para recordarle que nadie se encuentra tan sólo como cree en esos momentos de dolor profundo.

Sin el dolor no valoras la felicidad, sin ella no puedes asegurar quien eres y si no sabes quien eres, no tienes fé en el sufrimiento. Con dolor silente, propio o ajeno, te das una idea de lo que siente otro, que entre sábanas limpias y chocolates, más que un crucifijo, te tiene un milagro aguardando... pero será a su manera.

Hay noches como esta que quisiera llamar por teléfono, pero no debo... hay muchos medios para conectar con las almas, amo mirarlas a través de las miradas, pero las amas mucho más con una buena intención silente desde donde te encuentres.

Sólo me queda un consejo que me encantaría que cumplieras aunque nunca llegue a adoptarte: entrega lo que tengas en el momento que lo sientas sin que te moleste en el momento, para que lleves contigo a través de la prudencia de tu mirada esta paz que deja entregar más y quejarte menos valorando lo que te toca vivir. Si lo sigues, en momentos de coraje, tristeza y dolor vas a aceptar que sólo has dado lo mejor, aunque parezca lo peor. Las apariencias te regalan la oportunidad de ir por todos lados entregando a otros lo que negaste antes a quien se atrevió a pedir o a quien no pudiste dar. Te permite pedir lo mejor, con anhelos del alma que aseguran tus sueños y deshechan convencionalismos llenos de dolor para respetar el verdadero sufrimiento de todos... todos tenemos que cambiar en distintos momentos de nuestras vidas, tienes que morir una y otra vez, tienes que matar tus prejuicios y aniquilar todo arrepentimiento, para ser tú mismo y entregarte con gusto a lo que te tocó y te tocará vivir. Si hay una molestia para que te entregues, no lo hagas, te puedes arrepentir o puedes sufrir de más. Así son las llamadas del alma, van con una entrega o una negación tajante, ya después las entenderás a tu manera.

Si estás sufriendo, recuerda que todos conocemos esa sensación mental, sólo hay unas ideas más aterradoras que otras y espero que las tuyas sean menores a las que me constan. Sólo escúchate y escucha lo que la experiencia ajena tiene que platicarte en tú imaginación. Después de todo sufrimiento, porque todos sufrimos de alguna u otra manera, te darás cuenta que entregaste lo mejor que tenías en ese momento y es cuando llega el momento de sonreir con tu mirada silente, la que sabe escuhar una corazonada después de escuchar a otros para "recibir" su sufrimiento, entendiéndolo más que para repetirlo. Después hablará tu alma a tu manera de las grandes diferencias entre "dar" y "entregar". Le pierdes el miedo a la gente, a la muerte y a tí mismo, entregándote con prudencia a cada mirada.

Si sigues con algún miedo, ocúpate más en identificarlo, en entenderlo, en afrontarlo, todos merecemos dejar de sentir miedo, porque es el que te convierte en inquisidor o esclavo de prejuicios ante cualquier mirada. Recuerda que tal vez, sólo tal vez, llegues a ser adulto mayor, pero te aseguro que te volverás tajante, y si no es sabia tu decisión, la vida te enseñará a cambiar ese tajo a su manera.

Actuar de corazón no siempre es placentero en el momento, pero en el debido momento te mostrará con la mirada ajena y sin remordimientos que amarguen tu presente y futuros momentos, el resultado de su sabiduría tajante, sólo se trata de "aceptar" lo que tengas, a quien llegue o a quien se vaya, aunque aparentemente veas un día triste y anheles entre miradas silentes... la mía espera a mis nietos y sigue contemplando a los abuelos.

No hay comentarios.: